La espada del Rey (Por Cristhian. E. Morales Garcia)

La espada del Rey
En épocas donde el asedio y el horror decían presente, se forjó una espada tan filosa que hasta podía cortar al mismo viento. Su fuerza podía partir una montaña a la mitad y no existió ni existirá ningún arma que pueda derrotarla. Pero antes de ser tan fuerte e implacable, tuvo que ser moldeada para tan dura tarea.
De una simple piedra como cualquier otra, tomaron un trozo. Luego lo llevaron a una tierra muy lejana, mientras tanto la porción de la piedra pensaba: ¿Dónde terminará mi camino? En un momento del transporte, el carro donde yacía ese mineral se desbarrancó por un despeñadero. En el proceso sufrió golpes y muchas de sus partes se desprendieron de si misma. Pero, la piedra aún seguía preguntándose ¿Por qué me sucede esto?
Luego de haberla subido, prosiguieron con su camino hacia el reino. La piedra algo asustada pensaba:
- ¿Qué será de mí? Me duele el cuerpo y el corazón por tan largo viaje, además que las inclemencias de la naturaleza de a poco van erosionando mi propio ser.
Los caballos seguían su camino y sus jinetes sin contemplar los gemidos tristes de la piedra continuaron rumbo al castillo.
La infortunada viajera, al ver semejantes puertas cuyas murallas eran de piedra caliza, preguntó a sus compañeras:
- ¿Formaré parte de algún pórtico como ustedes?
Las piedras de la gran puerta en coro respondieron:
-No, tu tarea es aún más dura que la nuestra. Muchas pasaron por estas puertas para formar parte de algo que no fueron capaces de soportar ¿Tu lograras aguantar?
Algo desconcertada la pobre roca del carro empezó a sentir miedo y terror. Luego que entraron se dirigieron a un lugar llamado la fragua. En el trayecto sus portadores, encargados de llevarla a tal lugar, se detuvieron para conversar con otros compañeros. Mientras tanto la piedra intentó hacer contacto y charlar con alguna de su tipo. Casi antes de partir rumbo a su destino final, cruzó unas palabras con una que se hallaba encastrada junto con otras.
Preguntando la roca del carro dijo:
- ¿Dónde me llevan?
La otra piedra respondió:
-A un lugar donde todas han muerto por no soportar.
Casi al segundo mientras emprendieron la marcha pudo soltar un:
- ¿Por qué a mí?
Mientras la pobre piedra asustada gemía por el terror de su destino, pudo divisar a metros del carro como castigaban a un muchacho que no pasaba los quince años. Éste era el mismo hijo del rey, quien gritaba casualmente las mismas palabras que la piedra.
- ¿Por qué a mí?
Era como si alguien hubiera entretejido sus caminos.
Una vez dentro de la herrería del castillo, pusieron a la roca en un mesón. Mientras el herrero la examinaba girándola por un lado y por otro, ella podía ver a sus difuntas compañeras desparramadas en el suelo totalmente sin vida.
Su temor empezó a ser cada vez más fuerte y la piedra solo suspiraba en silencio. Era como que, al no tener opción, había decidido entregarse a lo que venía.
El despiadado herrero la tomó y la puso en un lugar donde el fuego ardía con gran furia. Al principio no sucedió nada, ya que el calor sofocante y el fuego eran tolerables para nuestra amiga. Pero luego de unos minutos, la piedra empezó a desesperarse ya que tanto calor la torturaba.  La mirada de su verdugo era de placer, mientras ella se tornaba de color rojo brillante.
 Mientras eso sucedía dentro de la herrería, afuera el muchacho era torturado con diversas pruebas. Primero lo forzaron a combatir una y otra vez y a ser golpeado por muchos soldados al mismo tiempo. Después que ya estaba casi desmayado, lo reanimaban para que subiera con cántaros de agua que eran de su mismo peso hacia el interior del castillo. El trayecto incluía muchas escaleras y mientras llevaba el agua para ser calentada en los aposentos del rey, los demás soldados formaban dos hileras dejando ver así un pasillo, y con palos golpeaban sus piernas y demás huesos mientras lo insultaban de mil formas.
Entre tanto en la herrería, la roca empezaba a fundirse y su forma original se tornaba como el agua en su estado líquido. Mientras se derretía cual vela de cera, no gritó más y no produjo ningún gemido de angustia. Daba la impresión que mientras desfallecía no quería dar lugar al sufrimiento. En sus últimos trozos antes de ser totalmente fundida, miró firme al despiadado herrero. Sus ojos solo estaba reflejado el dolor y la lucha por persistir.
Luego de que la hubo fundido, la mantuvo así en ese estado durante varias horas. Mi querida amiga había sido destruida sin piedad. Nadie contempló lo que le pasaba.
Horas más tarde el herrero había preparado un molde muy peculiar. Su forma era como de una hoja de eucalipto, pero mucho más grande. Luego vertió el líquido rojizo brillante como el sol dentro del molde, el cual estaba dividido en dos partes. Una vez que lo hizo, lo dejó reposar por varias horas. La incertidumbre de lo que hacia era abrumadora.
El joven fue torturado todo el día, llevando agua al castillo. Luego al caer la noche, obligaron al muchacho a dormir con los cerdos y comer junto con ellos. El pobre niño de quince años estaba rendido y sumamente agotado, pero sabía que no terminaría allí su trabajo. Al día siguiente una vez concluidas las tareas encomendadas por el rey, lo obligaron a ir al molino y hacer girar la rueda que molía el maíz, sin ayuda alguna. Solo el viento podía mover la pesada rueda, pero en su caso solo sus propias fuerzas lo hicieron. Apremiado por el tiempo procuraba ser rápido y diligente ya que necesitaban toda esa harina para cocinar. Sus piernas temblaban cual hoja con el viento. Sus brazos tan abatidos ya no podían más, pero en su corazón alguien dispuso que jamás se rindiese. Entonces cuando caía rendido sin fuerzas, tomaba aliento profundo y se ponía de pie otra vez. Era como si en el aire hubiera algún tipo de elixir de poder mágico que lo fortalecía.
Paralelamente el herrero partió el molde donde yacía el liquido rojo brillante, y para sorpresa de todos se había enfriado y dio lugar a una esplendida hoja de espada. En ese momento, lo que alguna vez fue un simple mineral se había convertido en algo diferente. Ahora la nueva espada aún sin terminar, al igual que el muchacho, fue forzada a resistir más de mil golpes al día y sometida al ardiente fuego mil veces. La pobre hoja cobrando conciencia nuevamente, no comprendía el propósito de tan cruel trato. Ella solo se fijó un objetivo, jamás rendirse. Mientras era sometida al fuego de día e incluso de noche, ella pensó:
-No voy a rendirme, jamás cederé mi esperanza. Tarde o temprano los herreros se agotarán y al fin seré libre.
El rey no estando conforme con un solo herrero, contrato a dos más. La espada era torturada de día y de noche, no daban tregua para que descansase al menos un poco. Pero ella tampoco se dio por vencida.
Pasados treinta años de la fundición del mineral, seguían los tres herreros haciendo su labor. El calor del fuego ya no le afectaba, aunque la pusieran todo un día en la fragua, no lograban que se pusiera de color rojo. Ella no sentía nada, y no le temía a nadie. Su fuerza se multiplicó al punto de no entender su límite. El más mínimo descuido y mal manejo de la espada podía matar. Luego de terminar de forjar su empuñadura y una vez ensamblada, la pusieron en una vaina muy bien decorada. Finalmente pudo descansar por unos días.
Por otro lado, el joven de quince años se había convertido en un hombre de cuarenta y cinco. Las tareas diarias ya eran una simple rutina, los combates con los soldados eran un simple juego de niños. Podía cargar tres veces su peso en los cántaros de agua e incluso se hizo amigo de los cerdos con quienes dormía.
Un día como cualquier otro, se desató en las fronteras del reino una gran guerra. Un grupo de guerreros de mil hombres quisieron conquistar las tierras del rey. Entonces él mandó una carta para formalizar una tregua. La misma decía:
“AL comandante de los aguerridos soldados le pido que no interrumpan la paz de nuestras tierras, ya que si lo hacen me veré en la penosa necesidad de mandar a mi ejercito para que aplaste a cualquier desacatado”
Al ver el rey que su carta no fue contestada, envió a todo su ejército y curiosamente incluyó al hombre que había sido torturado durante treinta años. Él fue vestido con armadura, y portando la esplendida espada forjada durante tantos años como su calvario. El mismo, encabezó los ejércitos junto a su gran espada. Los enemigos al ver un solo guerrero mandaron una veintena de hombres.  Con solo desenvainar la espada los partió a la mitad de un solo golpe a todos. La combinación de la fuerza y filo de su espada hicieron de este ser el guerrero perfecto. Al filo de su sola espada cayeron todos sus enemigos, y él ni siquiera una gota de sudor soltó. Y por primera vez hablo a su espada, su implacable compañera. Las palabras fueron:
-Ayúdame hoy en esta gran batalla y cuando todo se calme en mi reino, te dejaré descansar por siempre.
Para su sorpresa la espada le respondió diciendo:
-Sea tu palabra cumplida, porque con mi filo, fuerza y vigor todos te temerán. No tendremos rival con tu fuerza y mi agudeza.
Y el príncipe que fue torturado tomó su lugar como el nuevo rey junto con su compañera, la espada más fuerte jamás forjada.
Quizás vemos en muchas ocasiones que nos torturan las circunstancias de la vida, pero no vemos el contexto completo de los que nos sucede. Solo es para formar a un guerrero que no tenga parecido ni igual. Conviértete en esa espada, filosa y poderosa y transforma tu cuerpo en el hombre quien portó esa esplendida espada.







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